Sigo cojo, y no aprendo, no del todo, me voy cuidando, paseo despacio, no hago bici, ni corro, ni bailo…

bueno el tercer día baile, corrí e hice bici, por eso ahora camino despacio… aprendo más o menos a la sexta ostia.

Me he reencontrado con mi gente cada uno en su ritmo y yo en otro, normal.

He reencontrado mi novela, aparcada, la he recomenzado con entusiasmo, soy de los que escriben todo seguido, pienso en ello hasta que creo tenerlo claro y entonces

me lanzó, palabra a palabra y apenas corrijo después, cuando me atasco, lo aparco y espero, ya llegará ¿quién tiene prisa? Es un método, hay tantos métodos como gente que escribe.

Tocaba este capítulo de la novela, ha tardado dos años en llegar al estado emocional adecuado, plumas con las que escribo, pero ha llegado, es un capítulo bello lleno de cosas preciosas que me ocurrieron, o no, quién sabe, mezclo fantasía con realidad, igual me ocurre al caminar.

Antes, hace dos años, resentido y cínico no podía hablar de una de las épocas más felices de mi vida, precisamente por eso me sentía resentido y cínico…

Pero nada se pierde, precisamente el cambio es constante, lo intenso permanece imborrable.

Es una novela sobre todo lo que he amado, sobre una forma de amar, la mía, quizá no muy original, ¡Hablar del amor, jeje, si, muy, muy original!  pero es lo que mejor conozco y me da perspectiva, como cuando asciendes una pared, sales de la sombra del bosque, poco a poco se te muestra el mundo entero hasta la curva de la tierra,  el ahora y el ayer se diluyen en  frente a la infinitud de la memoria.

Es una novela que me ayudara a pedalear sin sentirme cojo. Como decía Lennon somos seres completos, hay que desaprender el lenguaje de la media naranja, nadie merece esa responsabilidad.

Cierro los ojos y vuelven a brotar los lugares, las escenas, fui a la pedriza y recordé la primera vez que hice una vía larga, hace ya cinco años y con tan solo cerrar los ojos la memoria invade mi piel, no mi retina mental, mi cuerpo entero,  solo al abrirlos veo que ya no estoy allí:

– En la pedriza el granito es liso, apenas ofrece nada que agarrar con los dedos, sus paredes  ligeramente inclinadas se ascienden presionando con fuerza la punta del pie de goma para que los pequeños cristales de cuarzo se adhieran por fricción, manteniendo la presión y la estabilidad el juego es alzarse  en linea recta sobre una pierna,  presionas con el otro, trasladas el centro de equilibrio muy lentamente y sigues… buscas lugares más o menos adecuados para apoyar el pie cada vez, lo que te obliga a contorsionarte para reubicar el peso, la relajación es obligatoria y la concentración también, poco a poco, la respiración constante, el lento baile en vaiven, la inmensidad gris por la que se repta en silencio, el espacio de aire, inabarcable, que se extiende alrededor, la brisa que  acaricia los oídos borrando pensamientos, vuelve los movimientos cada vez más pausados y fluídos, la respiración más rítmica, se oyen los latidos, hueles todo,  la piel percibe todo lo que toca,  la consciencia de  cuerpo es absoluta, las fibras en tensión relajada, flexible, fluídas y firmes,  el granito cuarteando la piel,  seis horas sin hablar ni escuchar el run run de la conciencia, (pie, pie, granito, mano, respira, pie, pie, granito, mano, respira, un mantra, nada…) afirmado sobre lo sútil, lo mínimo, navegando por lisuras sin reposo ni premura, integrado por completo, apenas rozando la roca. Alcé la cabeza, alargue la mano hacia el primer saliente firme de la vía, el último repecho, un buitre leonado despego,  mi mano extendida  rozó su  plumaje, siguiéndole con la mirada  fuí él,  volé con sus alas hacía el sol, terminé el movimiento, me alcé sobre el saliente, cima de la pared, sin palabras contemplé el horizonte de piedra fundida, aún sintiendo sus plumas en mis yemas, su batir en mi espalda y la brisa en mi pecho…  (Extracto de la novela)

Vuelvo a  abrazarme con los antiguos rostros, que no envejecen, percibo imborrable lo que tuvimos, nos tendremos siempre en estos continuos reencuentros hoy como si fuera ayer.

Fortaleceré aprendiendo a no sentirme cojo, escribiré mi mochila y cuando vuelva a subir a la Chala el mundo sera más ligero.

¡Os quiero Leños, mucho, muchísimo!

Tyrone